10 noviembre 2016 7 MIN de lectura

Trump, el cambio que mira al pasado

 

Contra todo pronóstico, Trump será el próximo presidente de los Estados Unidos. Su victoria ha sido clara y rotunda, adjudicándose prácticamente todos los estados disputados y, entre ellos, los más importantes como Florida, Pennsylvania, Ohio, Georgia y Carolina del Norte. Este escenario no había sido previsto ni por el más optimista de los republicanos, ya que los modelos predictivos del propio partido daban a Trump como perdedor en los días  previos a la votación.

El triunfo de Trump rompe con todas las reglas políticas establecidas. Analizando el desarrollo de la campaña, el candidato republicano tenía todas las variables en su contra. Primero, las encuestas, que mostraban a Clinton en cabeza, lo que podía llevar a algunos republicanos a quedarse en casa creyendo que no había nada que hacer. Segundo, el dinero, donde el comité de campaña de Clinton había recaudado más del doble que su oponente (500 millones frente a 250 millones de dólares). Tercero, el partido, puesto que Trump se ha encontrado con algunas voces críticas en el seno de su organización que hacían dudar de su liderazgo. Cuarto, el apoyo mediático, ya que solo uno de los 50 mayores periódicos de tirada nacional había respaldado a Trump. Quinto, la campaña televisiva, ya que Clinton ha gastado mucho más que Trump en la emisión de anuncios publicitarios en todos los estados clave. Y sexto, el despliegue de equipos en el terreno, puesto que las personas empleadas por la campaña de Clinton y el partido demócrata en los quince estados clave triplicaban en número a los del bando republicano (más de 5.000 empleados frente a 1.500).

A la luz de estos factores, las expectativas de Trump eran poco halagüeñas. Pero entonces, ¿cuáles son las causas de este vuelco tan drástico? Primero, la autenticidad de Donald Trump, que ha generado una fuerte identificación personal entre ciertos segmentos demográficos (la población rural y la clase blanca trabajadora) con su figura y que nadie había sido capaz de ponderar en justa medida. Y segundo, una falta de entusiasmo hacia Hillary Clinton que ha provocado una menor movilización de colectivos tradicionalmente demócratas, especialmente el voto femenino y de las minorías raciales.

Con salidas de tono y excentricidades incluidas, Trump ha conseguido hablar el idioma de la gente y personificar el cambio que da respuesta al descontento con el statu quo. Durante la carrera, Trump ha querido controlar en todo momento su mensaje, pasando por tres directores de campaña diferentes hasta que consiguió un equipo que le animaba a ser él mismo. Dejó a un lado la corrección política y las estrategias clásicas de campaña y se dirigió directamente al americano medio con un mensaje claro y pragmático: Trump se ha presentado como el precursor del cambio, la persona que iba a devolver la grandeza al país (Make America Great Again) recuperando los valores tradicionales de la sociedad americana, “limpiando la ciénaga” de Washington y poniendo de nuevo las instituciones al servicio de la gente.

Trump ha desafiado a las elites y se ha ganado al ciudadano medio. Un ciudadano medio que sigue formando parte de la clase trabajadora de raza blanca, y que siente miedo con respecto al terrorismo, la inmigración y la globalización, como fenómenos que están poniendo en peligro su modelo de sociedad, que han mermado su nivel adquisitivo y que han modificado su  estilo de vida. Trump ha logrado conectar con estos votantes de tú a tú, gracias a su naturalidad y sinceridad, manteniendo la base de votantes republicanos y capitalizando el voto de la frustración y del desafecto con la política.

Si a lo anterior le sumamos la incapacidad de Hillary de movilizar de forma efectiva a sus electores, el éxito de Trump adquiere aún más sentido. El apoyo de Clinton entre los hispanos ha sido solo del 65%, en comparación con el 71% que obtuvo Obama en 2012; y entre los votantes afroamericanos el respaldo ha caído del 93% al 88%. Por otro lado, entre las mujeres, un colectivo clave para Clinton, el 54% ha votado por ella, un punto menos de las que lo hicieron por Obama en los anteriores comicios.

Pasadas las elecciones, Trump tiene ante sí el reto de gobernar para todos los americanos, unificando el país después de una campaña presidencial dura y desagradable, tal y como él mismo manifestó en su discurso de celebración. No va a ser una tarea fácil, pues los retos que tiene por delante son inmensos y sus promesas, muy ambiciosas. En todo caso, ¿quiere Trump devolver la grandeza a su país con una política nostálgica inspirada en tiempos pasados o, por el contrario, va a implementar una política constructiva que engrandezca a Estados Unidos a través de su liderazgo frente a los desafíos del futuro? Después del 20 de enero, cuando Trump tome posesión del cargo, sabremos la respuesta y podremos juzgarlo por sus hechos y no solo por sus palabras.

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