27 julio 2016 9 MIN de lectura

Los porqués de la Revolución Trump

La nominación de Donald Trump es ya una realidad. Él será el candidato republicano a las elecciones presidenciales del 8 de noviembre. Así lo aprobó la Convención Nacional del partido celebrada en Cleveland (Ohio) la semana pasada, pese a los intentos desesperados de última hora del sector opositor “Never Trump” de cambiar las reglas de votación para permitir a los delegados votar en conciencia y no según los resultados de las primarias.

Pocos creían en las posibilidades de Trump hace escasamente un año cuando anunció su candidatura, y muchos de sus comentarios y afirmaciones en los inicios de su campaña auguraban que el fenómeno Trump iba a ser algo pasajero y que su figura iba a colapsarse en sí misma, cual supernova. Sin embargo, un año más tarde, Trump se ha convertido en la cabeza visible del partido republicano y su posición ha salido reforzada tras la convención. Pero, ¿por qué se ha llegado a este escenario? ¿Quién ha permitido a Trump la conquista del partido frente al establishment que prácticamente de forma unánime se le oponía?

Ciertamente su principal apoyo y aval proviene de las urnas, por lo que la mejor manera de explicar la “Revolución Trump” es analizando el perfil de sus votantes y su evolución a lo largo de estos meses, atendiendo a los datos que arrojan las elecciones primarias y sus respectivas encuestas a pie de urna.

Trump comenzó su campaña con un discurso de alto calado populista, ahondando en las penurias económicas causadas por la falta de empleo, los efectos de los acuerdos comerciales y la inmigración. Ello estaba dirigido a un segmento electoral concreto: la clase trabajadora, especialmente blancos, en cuanto que colectivo que más había sufrido los efectos de la crisis económica y que más desencantado estaba con la política. El mismo Trump en alguno de sus discursos afirmó que amaba a la gente “poco cualificada”.

De esta forma, los datos de las elecciones primarias que se celebraron durante el mes de febrero demostraban que Trump obtenía los mejores resultados en aquellas zonas donde se aglutinaba el mayor porcentaje de trabajadores blancos sin educación superior y donde el nivel de renta había caído en los últimos años. Es decir, los condados con las tasas de desempleo y los índices de pobreza más elevados eran terreno abonado para que el discurso de Trump diera sus frutos.

A mediados de marzo, tras la salida de Marco Rubio de la carrera presidencial y cuando los simpatizantes de Trump eran cada vez más numerosos, se empezó a observar un cambio en el comportamiento electoral. De esta forma, en las siguientes primarias, Trump logró ganar en más condados con perfiles sociodemográficos más diversos, incluyendo colectivos que hasta entonces habían sido más reacios (ej. mujeres, hispanos, personas con educación superior, etc.). El hecho de acabar aunando el apoyo de una mayor variedad de grupos sociales, étnicos y demográficos permitió a Trump vencer con claridad en las primarias celebradas en abril y mayo y asegurar un número de delegados suficiente para la nominación.

¿Por qué ha conseguido Trump atraer a esos otros sectores republicanos? No han sido sus posiciones ideológicas, sino sus cualidades personales. Especialmente nos referimos a su autenticidad –por el hecho de que no atiende a la corrección política–, su rol de outsider que se ha enfrentado al sistema, y su posición económica privilegiada, en contraste con el papel preponderante que el dinero tiene en la política norteamericana reciente. Así, son muchos los adeptos a Trump que valoran que “dice lo que quiere”, “no puede ser comprado” y “no depende de las donaciones de millonarios o de grupos de interés que luego vayan a controlar sus políticas”.

En términos ideológicos, las encuestas a pie de urna de las primarias muestran que Trump empezó obteniendo mejores resultados con votantes republicanos que se identificaban como “moderados”, mientras que los “muy conservadores” se inclinaban por Ted Cruz, cuya campaña tenía un componente ideológico más fuerte basado en la defensa de los valores conservadores tradicionales.

De hecho, Trump es un candidato ambiguo, e incluso contradictorio en su línea ideológica. Por ejemplo, es muy conservador en políticas de inmigración, pero tiene una visión más liberal respecto al gasto social y a la política comercial. Por otro lado, ha radicalizado sus posturas en lo que respecta a derechos sociales y mantiene un discurso de política exterior y de defensa que mezcla componentes belicistas y aislacionistas. Un ideario tan heterogéneo, combinado con su carisma individual, ha provocado que al final los votantes republicanos hayan apoyado a Trump más por su persona que por sus ideas, lo que le permite llegar más fácilmente a votantes de un espectro ideológico más amplio.

No obstante, esta ambigüedad genera algunas situaciones kafkianas. Como botón de muestra, en sus intervenciones Trump ha manifestado su voluntad de que los ricos contribuyan más al sistema pero, a la vez, su programa incluye una rebaja fiscal para todos los niveles de renta cuyos mayores beneficiarios serían precisamente las rentas más altas (con una considerable bajada del tipo máximo del 39,6% al 25%).

En resumen, podemos definir la “Revolución Trump” como el proceso por el cual el magnate ha conseguido, con el uso de sus cualidades personales y un discurso populista ambiguo, movilizar a un número de votantes republicanos suficiente hasta el punto de doblegar a la estructura del partido y la voluntad de muchos de sus dirigentes.

Tras su nominación oficial, la batalla se traslada ahora al ámbito nacional, donde la mayoría de las encuestas publicadas a inicios de esta semana otorgan una ligera ventaja a Trump sobre Clinton, algo normal tras el efecto rebote producido por la celebración de la Convención Nacional. En todo caso, Trump es ya sin duda un candidato con posibilidades reales de ganar las elecciones y para ello cuenta con una base de votantes, simpatizantes y voluntarios muy movilizada y que acudirá masivamente a las urnas. La pelota está ahora en el tejado del partido demócrata, que ha celebrado su convención estos últimos días en Filadelfia (Pennsylvania), y cuyo principal reto es unificar a la formación en torno a Hillary Clinton y energizar a sus militantes para contrarrestar el empuje de Trump.

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